Acaba de brotar en mi masa encefálica 1 estrategia gramatical que amortigua, al menos a nivel social, el declive corporal al que todo dios estamos condenados a partir de cuando atesoramos la cincuentena, o por ahí puesto que ello depende tanto de la genética como del nivel de autoexigencia padecida.
En aquel entonces empiezan a pasar su factura tanto la vejez celular, junto al sedentarismo, así como la suma de deterioros anatómicos fruto del abuso de esfuerzos físicos o el acúmulo de grasas tras 1 alimentación no precisamente modélica.
La terapia que aquí y ahora propongo resulta algo tan simple como lo es reconstruir la dicción del mutable número que va de la mano de nuestra ancianidad, lo cual disfraza con valiente sinceridad distorsionada la, según para quien, puta realidad.
¿Y en qué consiste la trama? Replico con 1 aclaratoria duda: ¿no supone el mismo trasiego de información escribir 1 sincero 57, mi edad actual, que pronunciarlo cincuenta y siete o incluso expresar la vacilada cuarenta y diecisiete?
Ese malabarismo ortográfico borra las patas de gallo, tiñe las albinas canas, disuelve los michelines y por fin predispone a que 1 futuro careo con el ignoto ente no dependa tanto de presunciones infundadas en torno a un dato y sí más de los malabarismos conductuales que sepamos perpetrar.
Aprovecha rápido esta terapia comunicacional dado que los 70s ya están a la vuelta de la esquina y, una vez irrumpamos allí, idéntica sensación de caduca vejez estimulará 1 verídico 72 que 1 vacilón sesenta y doce, ¿de acuerdo o qué?
PASQUINEL LABARTA,
niñato algo chocho